jueves, 16 de abril de 2009

A PONER LIMITES






Para muchos padres, poner límites a los niños es uno de los más grandes desafíos de la paternidad en el siglo XX.
Pero la importancia del límite es evidente: definir la frontera entre lo que es permitido y lo que no, es el parámetro que nos acompañará a lo largo de toda la vida.
Anclada en dicha convicción, la autora propone un plan útil y concreto a la hora de aconsejar a los padres sobre ésta problemática. Elabora una guía para identificar las situaciones cotidianas generadoras de problemas y propuestas sensatas para prevenirlos y resolverlos. Habla con claridad de aspectos básicos de la rutina diaria -las tareas, el baño, la hora de dormir- y de cuestiones puntuales -la televisión, el dinero, la computadora-, ofreciendo reflexiones claras y sugerencias inteligentes que todos los padres agradecerán.
El objetivo es hallar un camino razonable hacia una vida familiar más alegre y armónica.
Principios básicos para padres y madres que desean educar bien:
1. Nosotros somos los educadores, la escuela o colegio sólo complementan.


2. Educar bien es enseñar a: conocer las propias posibilidades, desear crecer, aceptar nuestras limitaciones y nuestras virtudes de forma sana, es enseñar a vivir.


3. Educar bien es enseñar a adaptarse a todas las situaciones: buenas o malas.


4. Educar no es proporcionar experiencias buenas y asilarle de las malas. Es ayudarle a aprender de ellas.


5. Para educar bien no existen recetas, se aprende de experiencias concretas y luego se generaliza.


6. Educar es una toma de decisiones constante.


7. Nuestras decisiones están muy influidas por cómo hemos sido educados.


8. Ser conscientes de ello ayuda a educar más sensatamente.


9. Educar bien a mi hijo (a), no es compensarle por loo que nosotros no hemos recibido en nuestra niñez. “Los hijos no nacen con tus carencias ni necesidades, no se las crees”.


10. Debo ser consciente de lo que me transmitieron cuando me educaron.


11. Debo educar en el presente con perspectiva de futuro.


12. Una mala actuación ahora se paga con creces en el futuro.


13. No debo angustiarme. Si no puedo, busco ayuda.


14. Para educar bien es necesario tener sentido común.


15. Muchas veces necesitamos una visión objetiva desde fuera.


16. No dudes en pedir orientación educativa aunque el problema parezca pequeño.


17. No existen los superpadres, todo el que te comente que su relación con su hijo es perfecta, puede ser que necesite aparentar o que no quiere ver los problemas.


18. Nada es lo mismo para un hijo que para otro.


19. Educar bien no es buscar las mismas condiciones para todos, sino es dar a cada hijo lo que necesita. Hacerlo así no es ser injusto, ayuda a los hijos a crecer aceptando la individualidad de cada uno.


20. Educando voy a cometer errores.


21. No hay error que no se enmiende.


22. Puedo rectificar sin perder la autoridad.


23. No importa lo que sucedió en el pasado, si hay problemas hay que “tomar la situación de inmediato”.


24. Sé positivo. Dile a tu hijo lo que degusta y pon un límite a lo que no te gusta.


25. Un niño (a) es una antena parabólica constante. Se entera de todo, lo imita todo. El niño aprende más de lo que ve, que de lo que decimos. 2


6. El mayor deseo del niño es controlar el entorno.


27. En el entorno también estamos nosotros. Controlar nuestras reacciones le fascinará, incluso aunque sea a costa de que nos enfademos con él o ella.


28. El niño necesita libertad conducida.


29. Si nosotros no ponemos límites a su conducta, lo hará él.


30. Nunca debo mentirle. Si le enfrento a aquellas cosas que no le gustan pero que debe aceptar, le preparo para asumir la realidad.


31. Si le miento lo haré un inmaduro (necesitará que le disfracemos las cosas para aceptarlas) y un inseguro (si no puedo confiar en mis padres ¿en quién puedo confiar?


32. Debo explicarle las cosas (casi siempre) y de forma breve.


33. A veces los niños necesitan un “Porque yo lo digo”.


34. Levantar castigos o encubrir los errores sólo es sobreprotección. Las personas sólo aprendemos de nuestros errores si vivimos las consecuencias de los mismos. Formamos hijos inmaduros incapaces de enfrentarse a la frustración.


35. El mayor deseo de un niño es que papá y mamá estén pendientes de él.


36. La atención que le prestamos es nuestra mejor arma. Quién sabe cómo y cuándo prestar atención a su hijo(a) sabe educar.



Todos estos principios se pueden resumir en el siguiente pensamiento:



• Sé que puedes. •




Por eso te enseño y te exijo. •




Y como sé que te cuesta esfuerzo, te lo reconozco.



¿Cómo aumentar las conductas positivas y eliminar las negativas?
• Tenga en cuenta que igual que usted como padre – madre puedes modificar la conducta de tus hijos, éstos modifican de forma intuitiva tu propia conducta.


• Las normas deben ser claras, esta bien definidas, y se adecuadas para cada niño según la edad.


• Es importante establecer diferencias entre los hermanos. De otro modo los mayores tienen la sensación de que crecer sólo trae consigo obligaciones y no tardarán en aparecer conductas regresivas (comportamiento infantil) y, por su parte, lo pequeños no desearán crecer, ¿para qué perder privilegios?


• No es injusto que un pequeño se quede, por ejemplo, sin ir a una actividad o no pueda recibir una bicicleta hasta tener 3 años más. De este modo deseará crecer y hacerse mayor como su hermano. Hacerse mayor será deseable porque ser pequeño no trae consigo todos los privilegios. • No pida cosas que el niño o la niña no puede hacer.


• Cuando exija al niño, no actúe de forma contradictoria.


• Sea coherente en la aplicación de las normas.


• Cuando se produzcan desacuerdos entre los padres sobre la forma de educar a los niños, nunca se deben discutir delante de ellos.


• Evite centrar la autoridad en un solo padre – madre. • No delegar la autoridad en otro.


• No se desautorice nunca.


• No modifique los castigos (consecuencias) una vez anunciadas.


• No castigue con algo que no pueda cumplir.


• Acostúmbralo a pedir permiso.


• Cuando tengas que poner un castigo: no te alteres, por nada del mundo.



Finalmente recuerde:
Los adultos que conviven con el niño tienen que estar de acuerdo acerca de los límites que debe tener: qué se le permite y qué se le prohíbe. Hay que ser cuidadoso con el castigo, porque si éste no se lleva a cabo adecuadamente, el niño no aprenderá lo que es bueno y malo, no fortalecerá su moral. Tal vez deje de hacer lo que se le censura por temor, pero no por convicción. Lo importante es que el adulto ejerza su autoridad de manera que le dé la oportunidad al niño de aprender algo de la experiencia. Ante un berrinche, por ejemplo, se lo puede ignorar, excluir al pequeño del grupo hasta que se calme, y explicarle que esas son las consecuencias de su acción. Aprenderá a tener más cuidado la próxima vez. Se le puede invitar a que participe en la reposición del daño causado, remendando el libro destruido, el juguete quebrado, el dedo maltratado del hermano y, por último, es importante afirmar que la censura mediante palabras o gestos es a menudo insuficiente para que el niño se dé cuenta de que con su acción ha roto el vínculo de confianza mutua y de solidaridad al hacer algo desagradable a los otros, si existe una fuerte relación familiar.
Del autoritarismo a la libertad
Estos son sólo dos muestras de un fenómeno social creciente y preocupante que no tiene una sola explicación. Muchos investigadores aseguran que la experiencia familiar de los actuales progenitores ha influido de forma notable. Hace veinte años, adultos formados con una educación familiar estricta se estrenaron en la tarea de ser padre o madre, convencidos de que había que superar el autoritarismo que habían sufrido. Eso empujó a muchos de ellos a dejar hacer, a no llevar la contraria al hijo o hija para que no sufriera traumas psicológicos, a no usar los castigos como método de aprendizaje, a satisfacer caprichos, a proteger a los hijos e incluso desprestigiar en algunos casos a otros educadores, principalmente maestros. La tolerancia a la frustración y el autocontrol
En la educación de un hijo no se pueden evadir las normas ni la jerarquía. Un niño aprende que cuando su madre o su padre dicen que no, esa decisión es inamovible. La frustración que le generará es inevitable, pero debe aprender a tolerarla y convivir con ella porque las normas son precisamente las que le dan seguridad y le enseñan a confiar en un criterio sólido.
Ante una pataleta o un enfado, se le puede ignorar hasta que recobre la calma, pero no celebrar que se ha tranquilizado ni negar el conflicto.


Tras perder el autocontrol y recuperar la tranquilidad, el niño aguarda expectante. La indiferencia le dolerá más que un castigo ponderado, por lo que conviene hacerle ver lo estéril de su comportamiento con un ejercicio de la autoridad que le permita aprender algo de la experiencia. Poner límites a las conductas, no a los sentimientos
Los niños necesitan ser guiados por los adultos y para ello es fundamental establecer reglas con las que fortalecer conductas y lograr su crecimiento personal. Los límites se deben orientar al comportamiento del niño, no a la expresión de sus sentimientos.


Se le puede exigir que no haga algo, pero no se le puede pedir, por ejemplo, que no sienta rabia o que no llore. Los márgenes deben fijarse sin humillar al niño para que no se sienta herido en su autoestima. Por eso, no se debe descalificar ("eres un tonto", "eres malo"...), sino marcar el problema ("eso que haces o eso que dices está mal".


Conviene dar razones, pero no excederse en la explicación. Los sermones no sirven de mucho. Los niños responden a los hechos, no a las palabras. Un gesto de firmeza y serenidad, acompañado de pocas palabras será más efectivo que un discurso. ¿Por qué nos cuesta poner límites a nuestros hijos e hijas?
* Porque no nos sentimos suficientemente fuertes para enfrentarnos a nuestros hijos. * Porque demasiado a menudo somos complacientes con nuestros hijos e hijas para compensar el poco tiempo que les podemos dedicar. * Porque cuando nuestra autoestima no pasa por su mejor momento queremos ser aceptados por nuestros hijos. * Porque los adultos, el padre y la madre, nos desautorizan mutuamente y seguimos líneas de actuación claramente contradictorias.